1981. No recuerdo la fecha exacta, aunque si busco en internet la tendría. Lo que pasa es que no es eso lo que importa. Lo que importa es esa sensación que ahora recuerdo como si fuera ayer. La de la alegría que significaba volver a ir a un mundial. Y estar presente en ese Estadio Nacional que aquella tarde reventaba de hinchas. En esa Tribuna que celebraba entusiasmada presagiando una victoria definitiva de su selección. Que estaba a punto de conseguirlo pese a que al principio se vislumbraba tan difícil.
Entonces se jugaba por grupos. El cuco era Uruguay. Campeón del Mundialito un año antes, torneo donde jugaron todos los países que habían sido campeones mundiales hasta ese momento (menos Inglaterra que fuera reemplazado por Holanda). Yo pensaba que estaban locos los que creían que Perú iba a clasificar. Aunque tres años antes había estado en otro mundial con la mejor volante del torneo y una delantera de clase mundial. Pero se veía tan difícil. Empezamos con la Colombia y el anti fútbol de Bilardo: 1 a 1 y 2 a 0 habían sido los primeros resultados. Y luego se le ganó a Uruguay en el Centenario de Montevideo 2 a 1. Partido con sabor a hazaña. Ya estaba al alcance de la mano. Pero igual tenía miedo. Miedo a la seguridad de Rodríguez en el arco. Miedo a la pierna fuerte de De León. Miedo a la zurda de Rubén Paz. Miedo al oportunismo de Victorino. Ese Uruguay me daba miedo. Y no me daba cuenta que de nuestro lado estaban Chumpitaz, Panadero, Uribe, Cueto, Barbadillo, el ciego Oblitas. Un firmamento de estrellas como el que nunca antes habíamos tenido ni volveríamos a tener. Pasaron casi treinta años y no recuerdo selección peruana tan maravillosa como aquella de Elba de Padua Lima conocido como Tim.
Perú dio un baile esa tarde y no ganó porque a veces el fútbol es así. El buen arquero y la buena fortuna uruguaya los hicieron irse con el cero pero dejarnos dentro del mundial. Chumpi se retiró esa tarde y salió en hombros entre lágrimas. Sabía que ya no llegaría a España pero que había llevado a su equipo nuevamente a la gloria. Tercer mundial en doce años. Era una época donde llegar era mucho más fácil. Desde el 69 en que nos deshicimos de los gauchos de Perfumo y Rendo casi todo había sido triunfos. Salvo el 73 que quedamos fuera del mundial en una desafortunada definición con Chile que nos ganó 2 a 1 en el partido definitorio jugado en cancha neutral. Pero inmediatamente después logramos la Copa América del 75 con un equipo renovado. Ese recordado torneo con pase a la final por sorteo dejando fuera a Brasil. Había costumbre de ganar. En esos doce años vimos que se le podía ganar a Brasil y Uruguay en su cancha, así como eliminar a Argentina de un mundial. Sometimos totalmente a Colombia y Ecuador. Chile era la piedra en el zapato, pero les ganamos no pocas veces y los dejamos fuera en el 78. Los demás no contaban. Por lo tanto, a pesar de la natural desconfianza por el poderoso Uruguay, no tendría que sorprendernos tanto el imponernos nuevamente sobre este rival de turno.
A nivel de la máxima competencia, y a pesar de no haber tenido mayor notoriedad, llegamos a ser 7mos y 8vos en el mundo, lo cual no está nada mal considerando el alto nivel competitivo de un torneo mundial. Tuvimos memorables actuaciones como aquellas ante Bulgaria, Holanda y Escocia, equipos respetables en ese entonces en Europa; también goleadas ante Irán y Marruecos, cuando los africanos aún no ofrecían una propuesta convincente. Es cierto que no pudimos con las dos grandes potencias sudamericanas pero hicimos decorosos papeles, aún derrotas, que se recuerdan como grandes performances como el 4 a 2 ante el equipazo de Pelé campeón en el 70. Lo de Argentina sólo fue un mal sueño, donde el resultado tenístico tuvo más que ver con la política que con el deporte. Recuerdo mucho esa gira previa al mundial del 82 en que nos paseamos por Europa sometiendo a combinados italianos del Milan, Inter y Fiorentina; le pegamos un baile a la Francia de Platini en el Parque de los Príncipes; doblegamos a Hungría en Budapest y empatamos en su casa con esa Argelia que se hizo cargo de la propia Alemania meses después en el mundial.
Y después de cada victoria, al igual que esa memorable tarde del 81, saldríamos como muchas otras veces a inundar nuestras calles de la alegría y el orgullo de ser peruanos. Esas caravanas que entonces eran muy comunes. Banderas y bocinas que nos hacían recordar siempre la buena costumbre de ganar. La fiesta que se hacía interminable. Aunque nada comparable con la sensación de aquella tarde –y luego noche- en que clasificamos nuevamente a otro mundial. Ese día inolvidable en que recuerdo habernos tomado hasta el agua de los floreros para celebrar ese ansiado sueño hecho nuevamente realidad.
Esa sensación que espero volver a sentir algún día. Treinta años más viejo, pero lo suficientemente joven como para disfrutarla tanto como esa tarde de 1981. Sensación que espero que los más jóvenes puedan sentir también antes de que pierdan la fe y se cansen de alentar a su equipo. La sensación indescriptible de ver a tu selección en la élite del deporte más hermoso y apasionante: El fútbol.
Arriba Perú. Suerte para el 2014.
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