La perspectiva histórica resulta fundamental para el análisis de lo que fue un golpe de estado que terminó con la constitución, los poderes legislativo y judicial, la legalidad, la prensa, la libertad de expresión y todas aquellas libertades que puede garantizar un sistema democrático. Fue también el origen de la instauración de la peor corrupción de nuestra historia, apañada y promovida desde un Estado autocrático que se encargó luego de restaurar las instituciones pero esta vez maniatadas y manejadas al servicio de quienes detentaban ese poder. A la vez, el 5 de Abril fue quizás, el primer paso en la derrota del terrorismo y el control de la hiperinflación, fenómenos que tenían a nuestro país en una situación insoportable, cayéndose a pedazos, hundido en el caos y la ingobernabilidad, producto de una democracia imperfecta, donde la división de poderes tampoco existía, con un poder ejecutivo atado de manos y sin ninguna posibilidad de aplicar medidas efectivas que pudieran sacarnos del abismo en que nos encontrábamos. Aquellos ejemplares padres de la patria de entonces, una clase política “tradicional” como le llamaron entonces los gobernantes, tenía doce años de práctica dogmática, debate alturado pero estéril, y absoluta incapacidad para contener la ofensiva implacable de las huestes de Sendero Luminoso que estaba a punto de coronar su estrategia de destrucción y muerte, habiendo penetrado ya con su virus de terror desde el campo hacia las grandes ciudades, pero especialmente en nuestro espíritu, moral y alma, en nuestro estado de ánimo y el de nuestras familias.
Mi formación jurídica me lleva inevitablemente a tener como primera aproximación al tema, el aspecto constitucional y legal del golpe a la democracia liderado por Fujimori. Ver a referentes de entonces como el presidente del Congreso Roberto Ramírez del Villar casi encarcelado en su propia casa, o al Decano del Colegio de Abogados Raúl Ferrero avasallado por la fuerza pública, o saber del ex presidente de la república Alan García huyendo por los techos y escondido en algún oscuro lugar, me produce más que un sobresalto. Pero, por otra parte, mi experiencia de publicista y comunicador, de constante cercanía a la gente, a sus necesidades y creencias más profundas, me lleva a una visión más objetiva, más realista. Y me recuerda a esas mismas figuras en su rol omnipotente, con la soberbia de quienes tienen la fuerza del poder político en su momento. Especular sobre lo que habría sido una solución a la crisis enmarcada dentro de los límites que el estado de derecho establece, no tiene ningún sentido. Lo único que tiene sentido es lo que finalmente sucedió y que nos trajo, por un lado, una ruptura del orden constitucional y democrático y, por otro, el inicio de la salida de una situación que muy difícilmente hubiéramos podido sortear sin la acción prepotente y autoritaria de quien nos gobernaba entonces. Acompañada, claro está, de la corrupción puesta en evidencia en audio y video, detalle que quizás es lo que la diferencia de aquella que siempre supimos aunque no vimos de manera tan descarnada, cuando el partido del pueblo tomó el poder en 1985 y nos llevó a la peor catástrofe económica del Perú en el siglo XX. El legado de Fujimori incluye la destrucción de las instituciones y partidos, la instauración de una nueva y paupérrima clase política, la consolidación de una cultura de la corrupción extendida nacionalmente. Aunque, como dirían los economistas, no hay lonche gratis, así que tendremos que esperar a ver los hechos desde esta perspectiva histórica y que ya hoy, recién veinte años después, nos muestran como una sociedad en acelerado desarrollo, con una gran agenda pendiente en términos de distribución de la riqueza, corrupción, institucionalidad, seguridad y civismo, pero en un camino francamente positivo hacia el crecimiento económico y la erradicación de la extrema pobreza y la desigualdad social. Pretender juzgar el cuestionable golpe de estado de veinte años atrás solo desde un ángulo principista, resulta incompleto e injusto.
Estudiando derecho entendí que la ley y la justicia no siempre van de la mano. Y también aprendí que la mayor fuente de injusticia es vivir al margen de la ley. ¿Qué hubiera sido lo mejor para el país en esos primeros meses del año 92? ¿Seguir intentando pacificar al país y sacarlo de la crisis y caos desde el sistema democrático o rompiendo el orden establecido para forzar una medida desesperada? Un dilema. Un dilema sobre un tema que seguirá generando polémica y donde difícilmente podremos responder a la pregunta sobre su significado histórico con una sola respuesta. De lo que sí no hay duda es que fue un hecho que convirtió al 5 de Abril en un día inolvidable que marcó un punto de inflexión en el rumbo de nuestro país, de nuestras vidas y las de nuestros hijos.
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