No es cierto que no ganamos nada. Ganamos todo.
Porque nadie nos quita lo sentido, lo vivido, lo gozado. Nadie nos quita la emoción al celebrar, al saltar como un resorte en cada gol para abrazarnos, para gritar, para sentirnos más peruanos que nunca. Nadie nos quita el orgullo por nuestra gente, por ese puñado de jugadores peruanos que dejaron toda su energía y su vergüenza deportiva en el intento.
No es cierto que no ganamos nada. Ganamos todo.
Hemos ganado un nuevo ídolo. Ese que hizo un gran campeonato y el partido soñado. Paolo Guerrero redondeó la mejor performance de un jugador peruano quizás desde que tengo memoria y, para el fútbol, tengo muchísima. Tres goles y una asistencia de gol. Una pelea conmovedora de cada balón en cada centímetro del campo. Corriendo. Poniendo. Propiciando cada falta, cada tarjeta. Guapeando a los árbitros, a los rivales. Festejando cada gol con una sonrisa franca que enamoró a cada hincha. Recuperando cada balón y no descansando hasta verlo dentro del arco contrario. Y metiéndolo con una categoría de crack del primer mundo.
No es cierto que no ganamos nada. Ganamos todo.
Lo que nos regaló Markarián no nos lo quita nadie. Un tipo de primera, de una calidad humana ejemplar. Serio, profesional, sensible, emotivo. Cuando Perú hizo el segundo gol a Colombia podíamos leer en sus labios "Gracias Perú, gracias Perú..." Esos momentos no se nos borrarán nunca de la retina, de nuestra memoria. Esa experiencia ya es nuestra. Esa celebración del tercer gol a Venezuela será histórica, ese saltito de triunfo del profe, ese abrazo fraterno con Paolo entre un mar de jugadores que ya sentían la tarea cumplida.
No es cierto que no ganamos nada. Ganamos todo.
En este campeonato hemos oído hablar de nuestro país sintiéndonos orgullosos. Estos argentinos que separaron muchas horas de televisión y toneladas de papel para hablar de su selección, terminaron dedicándole muchísimas a Perú y a sus sorprendentes jugadores. Los halagos a Guerrero, a Vargas, a Chiroque... Halagos a muchachos que no son nada nuestro pero que nos dieron tanta satisfacción como si estuvieran hablando de nuestros hermanos, de nuestra familia, difícil explicar ese sentimiento de orgullo. Hemos ganado todo porque esta copa nos ha ayudado a querernos más. A levantar nuestra autoestima, a respetarnos, a aceptarnos como somos. Muchos se burlaban de Paolo por su aspecto, por su vestir, por sus tatuajes, por su forma de hablar. Hoy a casi nadie le importa eso. Ahora lo aceptan, lo defienden, hasta lo quieren. Ya no importa lo que parecía representar. Importa lo que es.
No es cierto que no ganamos nada. Ganamos todo.
Ganamos la capacidad de confiar más en la gente, en nuestra gente. La tolerancia, la paciencia. La virtud de sobreponernos a la adversidad y seguir adelante en busca de un logro. A pesar de la derrota, supimos levantarnos y remontamos el factor anímico para salir nuevamente a buscar el triunfo, con la misma confianza que antes. Ganamos la tranquilidad de poder esperar los resultados de un grupo de personas que trabajan en un objetivo, en una meta común. Y ganamos porque tuvimos más fe que antes. Ganamos porque ahora creemos en los demás, en las promesas, en los procesos.
No es cierto que no ganamos nada. Ganamos todo.
Ganamos emoción, alegría, felicidad en nuestros corazones. Eso vale oro. Olvidamos por muchos momentos los problemas que no valen la pena, olvidamos las penas que no son un problema. Ganamos el deseo, la esperanza. Ganamos esa capacidad de dar amor que a veces olvidamos. En cada abrazo frente al televisor, en cada línea en la redes sociales, en cada brindis en un bar. Ganamos en cada mirada, en cada sonrisa, en cada lágrima. Ganamos como padres, como hijos, como parejas, como amigos. Porque es curioso pero el deporte logra cosas que ninguna otra cosa consigue.
No es cierto que no ganamos nada. Ganamos todo.
Ganamos un mejor país, con mejores seres humanos, con positivismo, con compromiso. Ganamos la convicción necesaria para darnos cuenta que podemos ser mejores. Ganamos la credibilidad en los demás, en un líder y en un pequeño grupo de personas. Ganamos la fe en los demás, en la gente. Ganamos en patriotismo, en solidaridad, en unión. Ganamos también en humildad aceptando un revés –como hay muchos en la vida-, sabiéndonos que no somos los mejores pero peleando hasta el final por un trocito de la gloria. Esa que consiguieron estos muchachos. Esa que consiguió este uruguayo maravilloso. Esa que consiguió cada peruano en la tribuna o detrás de un aparato de televisión viendo a esos cholitos, negritos y blanquitos que juntos sacaron adelante una misión. La de devolvernos la alegría. La de devolvernos la ilusión. La de devolvernos la confianza en los seres humanos.
No es cierto que no ganamos nada Profesor Markarián. Le juro que hoy gané mucho. Mucho más de lo que usted se imagina.
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