lunes, 25 de octubre de 2010

Entre mentiras, mariconadas y peloteros

Rápidamente una estupidez más de nuestros bien amados peloteros cholos ha ganado carátulas y titulares de toda la prensa, la deportiva y también la que se autodenomina seria. Por eso, estamos todos escandalizados por tres muchachitos que se van de putas después de una derrota más de esas a las que nos tienen acostumbrados. Estamos más que indignados porque unos pendejitos de poca cultura e inteligencia, que ahora tienen dinero para darse lujos que algunos quisiéramos, han traicionado a un país que nuevamente les dio su confianza para ir en búsqueda del mundial ansiado. Y entonces queremos que sean castigados ejemplarmente para que los demás escarmienten...

Pero ¿es que esperamos con estas medidas que nuestros futbolistas realmente pongan las barbas en remojo? ¿acaso podemos esperar respeto al principio de autoridad en un país donde el propio jefe de estado insulta nuestra inteligencia al urdir una burda mentira para exculparse de la agresión violenta a ese pobre tipo desubicado que le dijo corrupto en un acto público?¿Podemos esperar algo distinto cuando el presidente de nuestro poder judicial -el único poder del estado más corrupto que el propio ejecutivo- apaña a este señor bajo la increíble teoría de que es legítima defensa porque no podemos ser un país de maricas? ¿Podemos esperar mucho de estos jóvenes de origen humilde en un país donde su propia institucionalidad muestra tal carencia de valores?

Hace unos días aplaudimos los cien mil euros de multa que tuvo que pagar Paolo Guerrero en Alemania por arrojarle una botella de plástico en la cara a un hincha que lo insultó a la salida de la cancha, práctica muy común en cualquier estadio del mundo (me refiero a los insultos, no al botellazo). También nos solidarizamos con la vedette de moda que fue maltratada salvajemente por su marido celoso, al igual que otros tantos miles maltratan física y psicológicamente a sus mujeres por el solo hecho de serlo (me refiero a las mujeres, no al patán). Nos perturbó que una población descontrolada de alguna barriada atara desnudo a un poste a un ladrón atrapado robándose unas cuantas gallinas y lo golpeara casi hasta matarlo, cuando sabemos que esta policía que tenemos no estuvo a tiempo para evitarlo ni lo estará por un buen tiempo (me refiero a la paliza, no al gallinicidio). Cada día nos horrorizamos con hechos similares y juzgamos implacablemente a aquellos a quienes la vida les negó la oportunidad de una buena educación y de un buen ejemplo, perdiendo de vista lo que realmente importa (me refiero al verdadero tema de fondo…)

Muchos somos los mismos a quienes nos parece casi normal que nuestros mandatarios, nuestras autoridades, den golpes de estado, o conspiren para “desaparecer” estudiantes sospechosos de terrorismo; los mismos que nos hacemos de la vista gorda cuando los vemos robar pero los perdonamos porque hacen obras; o los mismos a los que nos parece poco relevante que nieguen su paternidad sobre alguna hija o tengan otros fuera del matrimonio; los mismos que pasamos por alto que le pateen el trasero a personas poco inteligentes que se atraviesan en su camino o abofeteen a quienes les gritan en la cara verdades a voces. Pero peor que todo lo anterior, los mismos que permitimos que nos mientan día a día, en cada discurso, en cada entrevista, en cada declaración. Los mismos que convivimos con una doble moral que creo que es la principal causa por la cual, aún en una época de crecimiento económico, seguimos perdiendo claramente la lucha contra la corrupción, la delincuencia y la mentira.

No creo que sea ninguna falta irreparable que unos muchachos irresponsables se escapen de una concentración, frente a la debacle moral que vemos por esa ventana que nos abren los medios de comunicación cada día. Seguramente ya nos encargaremos de contribuir, a partir de mañana y después de los castigos de rigor a esos jugadores poco patriotas, a la creación de una nueva cortina de humo (no porque sea un invento sino por el orden de importancia que le damos) que nos haga olvidar el respeto que nos merecemos por el sólo hecho de ser hijos de este país que lamentablemente tanto anormal representa oficialmente.

18 de Octubre 2010

La influencia de MVLL en mi vida

Debo haber tenido diez u once años cuando descubrí a MVLL. Pasaron más de treinta. Ya por esa época era considerado el más importante de los escritores peruanos contemporáneos, habiendo sido uno de los mayores exponentes del llamado boom latinoamericano, movimiento sesentero que reunió a los grandes talentos de esta parte del mundo como Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Casi junto a él me topé con Gabo y Julio Ramón Ribeyro, genios del boom que pasaron a convertirse en mi triunvirato preferido. Empecé con cuentos, aunque debo reconocer que las historias de marginalidad de los dos primeros tomos de " La Palabra del Mudo" superaron en mis preferencias a las de "Los Jefes", que me dejaron con cierto sabor de inconformidad ante la sensación de quedarme ante algo que se terminó a la mitad, quizás porque siendo su ópera prima recogía relatos que más bien fueron novelas truncas. Mi amor por la lectura debo debérsela a ellos pues me hicieron conocer mundos y personajes inolvidables que después de tanto tiempo todavía recuerdo con nitidez y hasta con cariño.

En ese tiempo, Vargas Llosa era para mi un escritor desconcertante en tanto sus cuentos y novelas retrataban la vida rebelde de jóvenes y adolescentes que se sublevaban al medio y al orden de cosas, lo cual era provocador para mi edad pero subversivo por la educación recibida en casa. Desde Los Jefes en que nos muestra una rebelión estudiantil en su cuento "la huelga" y luego una lucha a chavetazos en "el desafío", hasta un mundo de violencia y descontrol en "La Ciudad y los Perros" en la que el rompimiento de ciertos códigos del grupo son capaces de provocar historias tan sórdidas como el crimen del Esclavo en manos del temible Jaguar. A pesar de ello, recuerdo haber cumplido los 12 años y haber leido ya tres veces la historia del teniente Gamboa y el Poeta, atrapado entre el amor a la insignificante Teresa y sus prejuicios sociales que lo empujaron a elegir por su enamoradita miraflorina Marcela. Recuerdo la crudeza del lenguaje que a esa edad me daba la sensación de afinidad generacional con el autor, que me encantaba, pero que hasta llegaba a avergonzarme a mi mismo en ocasiones. Recuerdo la impresión al conocer las vicisitudes de Pichula Cuéllar de "Los Cachorros", cuya brutalidad de su castración me impactó tremendamente.

Seguí con "La Casa Verde" que no mostraba esta vez adolescentes sino más bien decadentes adultos que a lo largo de la novela se van destruyendo lentamente. Ésta como las anteriores, dejaban una sensación extraña por el carácter ciertamente autobiográfico, con personajes imaginarios pero que nos dejan atrapados entre la verdad y la leyenda, entre la fantasía y la realidad. Pero Varguitas además era un escritor muy ameno. "Pantaleón y las Visitadoras" fue sin duda una obra maravillosa cuya promiscuidad en plena adolescencia me resultó excitante. Del burdel piurano de Anselmo de la casa verde pasamos a las bataclanas de Don Panta, quienes movilizaron mis hormonas a una velocidad que ninguna revistita de la época pudo haber logrado. Fue una novela que recuerdo haber leído en los recreos en plena secundaria y que me hizo despertar aún más que algunos años atrás la pies dorados de "La Ciudad y los Perros". Por esa época cogí también los dos tomos de "Conversación en la Catedral". Posiblemente, junto a "Cien Años de Soledad" la más influyente novela de mi adolescencia. Fue una novela que a diferencia de las otras que mostraban realidades parciales o institucionales, ponía en conexto la totalidad del país de aquel entonces. Una novela que incluso retrató hechos reales, recuerdo puntualmente la revuelta y huelga de Arequipa contra el general Odría, el mundo del periodismo en el que pululaba Zavalita entre la bohemia y su conciencia de clase, la corrupción del régimen que seguramente no es muy diferente a la que existe en nuestros días, aunque menos sofisticada y sin vladivideos.

Sin embargo después de éstas, y mientras descubría otros autores y crecía mi interés por otro tipo de literatura, voy abandonando el gusto por Vargas Llosa. Fueron tiempos en que se había movido ya de sus posiciones radicales de defensa de la revolución de Fidel para irse totalmente hacia el otro extremo, el de la derecha más reaccionaria de aquel entonces. Momentos en que se profundizó su enemistad con Gabo y en la que su presencia mediática me resultaba por lo menos antipática. Todo esto me llevó a irlo abandonando, diferencias literarias, diferencias personales, diferencias políticas. Me lo pasé de largo cuando "La Guerra del Fin del Mundo", su Tía Julia, "Los cuadernos de Don Rigoberto" y muchas más. Y la verdad nunca me sentí tentado de recobrar el tiempo perdido, pues nunca volví por esa obra por la que pasé de largo como quien pasa una estación de tren con la idea de que no pasará nunca más en la ruta de regreso. Sin embargo, lo retomé muchos años después, luego de su intento fallido en la política que, contra lo que piensan muchos, seguramente hubiera terminado de desdibujarlo y hoy tendríamos un expresidente poco querido y no un laureado premio nobel. Un día, ya casado, me encontré en casa de mis padres un ejemplar de "La Fiesta del Chivo", que tomé primero por simple curiosidad, pero luego de hojear las primeras páginas, me atrapó. Me atrapó por su riqueza narrativa y su técnica ya utilizada en algunas de sus primeras novelas, despedazando el relato en muchos pedazos para luego montarlos en una composición novelística, combinando episodios que ocurren en tiempos y lugares distintos, circulando las vivencias de cada episodio enriqueciéndose mutuamente. Otra vez sus increíbles personajes, todos de la vida real, hicieron imposible que no devorara el libro en dos o tres días y que luego, tal como me sucede en estos casos, me diera tiempo para seguir releyendo durante las semanas posteriores. De esta forma, recuperé el gusto por MVLL, siguiendo luego con su obra periodística y también literaria, pudiendo deleitarme también con "Las travesuras de la niña mala", un relato promiscuo y dramático que seguro volveré a hojear un día de estos.

Por todo esto, para mi es una satisfacción que este gran escritor haya recibido el Premio Nobel. Me satisface porque significó mucho en mi despertar y el amor que hoy siento por la lectura. Como también me dio gusto que lo obtuviera Gabo hace casi treinta años y que me impulsó a leer todo lo que escribiera y cayera por mis manos desde entonces. En esa línea, quizás ahora sí decida desandar en busca de lo que dejé en el camino sin leer. Por eso me da gusto. No soy de los que se sube al carro del orgullo popular porque un peruano ilustre haya sido reconocido de esta manera. Pero reconozco el valor de un compatriota que nos ayuda nuevamente a colocarnos en el mapa, a estar visibles para los ojos de mundo. Así que además de sus libros, eso tendremos que agradecérselo también.

Se acaba una campaña que ha desnudado nuestras propias miserias... (dos días antes)

Creo que cualquier analista político habría naufragado en estas elecciones municipales. La cantidad de episodios que se fueron sucediendo desde que arrancó la campaña, nos hizo ver un panorama que iba cambiando a medida que se iban moviendo las fichas en una u otra dirección. Para un comunicador como yo, el proceso ha resultado sorprendente. Para un amante de la democracia como yo, el proceso ha sido nauseabundo.

Luego de casi diez años y dos gobiernos, hemos visto con pena que no hemos podido desligarnos de la herencia montesinista que nos dejó ese oscuro personaje y su protector japonés. A fines del siglo pasado fuimos testigos de excepción de la asquerosa venta de las líneas editoriales de casi toda la prensa nacional por maletines llenos de dinero que, sin ningún escrúpulo, se entregaron a intereses mafiosos en contra de todos los peruanos. Esta vez, la cosa no ha sido muy diferente. Olvidando la responsabilidad que tienen por dar información veraz y objetiva, medios y principales periodistas, optaron por defender a su candidato de preferencia utilizando los métodos más siniestros. Tuvimos a un Jaime Bayly en una campaña diaria de demolición, primero de Kouri y luego, éste fuera de combate, impiadosa batería pesada contra la candidata de la derecha. En la vereda de enfrente, un alineamiento como nunca antes visto de los principales líderes de opinión de medios audiovisuales y grupos de prensa escrita. Se inventó, se mintió, se exageró, se asustó, se recurrió a todas las armas para intentar frenar el crecimiento vertiginoso de la candidata de la izquierda. En este contexto, se sacaron audios obtenidos ilegalmente en canales de televisión y estaciones de radio que, más allá de desnudar debilidades personales y prácticas non sanctas, fueron la expresión más clara del nivel al que habíamos llegado. Por eso ya no podía sorprender que esta última semana, al estilo de las campañas orquestadas por Montesinos contra Andrade, Toledo y cualquier otro candidato que por un momento pusiera en riesgo la pretendida perpetuidad del poder de Fujimori, se tejieran las historias más rebuscadas e inverosímiles producto de la desesperación al ver alejarse cada vez más a la sorprendente Susana. Y así como la mafia supo siempre que nuestro ciudadano promedio puede ser manipulado, esta vez la prensa que se ufana de su defensa de la democracia hizo lo mismo. Es decir, vimos con vergüenza –por lo menos yo sí me avergüenzo- de lo que podemos ser capaces cuando queremos tumbar a alguien que no piensa como nosotros. Vimos a todos estos paladines de la democracia que más bien parecían ser parte de uno de esos sistemas totalitarios que ellos mismos repudian.

También vale la pena comentar que por primera vez en el país, las redes sociales han sido determinantes en la elección. La posibilidad de opinar del ciudadano de a pie, -derecho que estoy ejerciendo yo mismo en estos momentos- y que todos podamos oir y cuestionar con el mismo poder de alcance, sin duda que es lo más destacable a nivel de comunicación. A pesar de esto, creo que lamentablemente, ante falta de filtro, contribuyeron en parte a la desinformación y la calumnia. En ese sentido, los medios de comunicación tradicionales son los que terminaron orientando e influenciando la opinión de quienes quisimos expresarnos en estos espacios.

Creo que el final es impredecible. Sospecho que será casi de foto. En cualquier caso, espero que Lima gane. Ambas candidatas son mejores de lo que nos han querido hacer creer. Una pena que hayamos tenido que someterlas a nuestras propias miserias.

El loco Galán

Antonio José Galán, no sólo fue el torero más querido en nuestro país, sino también en mi casa. Antonio hizo gran amistad con mi padre desde mediados de los años 70 en que participó en una edición de la ocasional corrida de San Fernando y en la que, para su mala suerte, se llevó una seria cornada que lo dejó fuera de circulación por algún tiempo. Con muletas pero sin perder su buen humor, estuvo un par de semanas después en casa, mostrándonos algunas de las muchísimas heridas que su intensa campaña como matador valeroso y tremendista le habían dejado. No olvido que esa vez contó orgullosamente más de treinta cicatrices. El encuentro de esa noche, fue el primero de una serie que durante más de 20 años se repitieron, en especial en el fundo de Lomas de Villa, locación donde reunía a sus amigos anualmente para celebrar su santo.

El querido loco no sólo participó en diez ediciones de nuestra feria de octubre, sino que fue animador permanente en celebraciones tradicionales y festejos a lo largo y ancho del país, incluyendo festivales de verano y hasta corridas goyescas. En muchas de estas ocasiones fue cogido o sufrió tremendos sustos –y nos hizo sufrir- al ensayar suertes imposibles, como entrar a matar con un pañuelo o sombrero en vez de muleta. Incluso lo recuerdo en trance -como se ponía siempre que el público jaleaba sus faenas- volcándose sobre el astado sin ningún tipo de engaño, rebotando y cayendo al descubierto, mientras los peones de brega hacían esfuerzos denodados por sacarlo intacto. Como también recuerdo a Antonio en estado total de exaltación, corriendo la mano lentamente mientras miraba a los tendidos y se pegaba al burel de turno, a pesar de las protestas de parte de los aficionados que no gustaban de este tipo de toreo. Como tengo memoria del arresto que cumplió luego de la corrida en que airadamente reclamó al juez de la plaza por una oreja no otorgada pese a la gran cantidad de pañuelos blancos en los tendidos.

Fue en noviembre del 2000 cuando lo busqué en su tendido de sombra mientras Enrique Ponce salía en hombros de la plaza luego de un triunfo resonante. Me acerqué a su barrera para pedirle el favor de visitar a mi padre, quien había sido internado hacía pocos días con un pronóstico muy grave. A pesar de que viajaría de vuelta a España un día después, el loco estuvo el lunes temprano dándole quizás la última gran alegría que tuvo mi padre en su vida. Recuerdo tanto el rostro de sorpresa de papá cuando lo vio entrar en la habitación con su peculiar simpatía: “Hey mataoor, tiene que recuperarse de esa cornáa para volver al ruedo…” mientras gesticulaba y reía a carcajadas armando un jaleo inusual en el frío pabellón del hospital. Pocos días después, el señor se llevó a mi padre con él. Pocos meses más tarde, no podría salir de mi asombro al ver, en los titulares de los principales diarios, la noticia del trágico accidente en que Antonio también nos dejaría para siempre...

Sólo para taurinos

No tengo memoria de la fecha en que pisé Acho por primera vez. Mi padre me contó que fue cuando sólo tenía tres años, la misma edad en que el aboyo Salmón lo llevó al tendido. Él pudo ver desde niño al Califa, a Domingo Ortega y a César Girón. A los primeros que yo recuerdo con claridad de esos primero años son a Paco Camino y Ángel Teruel. Después de ellos los vi a todos. No perdí a uno, más de cuarenta temporadas ininterrumpidas palpitando mi feria de octubre. Esperando el clarín a las 3:30 pm. en punto, quizás una de las poquísimas cosas que empiezan puntuales en este país. Esperando el paseíllo al son del Gallito tocado por la Guardia Republicana, uno de los paso dobles más emblemáticos de esta plaza. Como muchos otros que me ponen la piel de gallina cuando los escucho. La sensación de vivir esa fiesta de color que sólo Euzquito es capaz de retratar en su brillante artículo en opinionytoros.com. Desde el color de los boletos –los de antes-, los carteles, las hermosas mujeres del tendido, los cautivantes trajes de luces, las largas banderillas, el suave recorrido de un capote en un largo lance o la templada muleta recogida en un rotundo trincherazo.

Acho era mi casa. Llegábamos muy temprano, aún antes de que abriera sus rejas, para entrar por la sesina, la puerta por donde trabajadores, subalternos y autoridades llegaban a la plaza. Por lo general acudíamos al pesaje y al sorteo del ganado. No era medio día aún pero ya estábamos disfrutando la corrida viendo los ejemplares de más de 450 kilos que tocarían en suerte esa tarde. Ya opinábamos sobre el trapío, la edad, la cornamenta de los astados, felicitándonos de que aquellos que nos gustaran le hubieran tocado en suerte a nuestros toreros predilectos. Para mí, entre tanto exponente del arte de Cúchares, esperaba con más ansias que nunca cuando alternaban grandes artistas como Curro Vásquez, José Mari, El Capea, Joaquín Bernadó o Paco Ojeda; Paco Alcalde y sus banderillas poderosas, aún mejor rehiletero que el inmortal Paquirri y casi tan espectacular como los más recientes Víctor Mendes y El Fandi. O los arrojados que se comían el tendido como Palomo Linares, Dámaso Gonzales o el querido loco Galán quienes más de una vez ejecutaron el volapié sin muleta, acaso con un sombrero o un pañuelo. Distintos estilos, pero con el sello del arte y el valor en su andar, en sus miradas. A todos los esperaba ansioso mientras avanzaba el reloj hasta la hora del clarín, a veces guardando sitio en la escalera dos horas antes porque no había pagado boleto.

Gran parte de mi niñez y juventud viví alrededor de mi mayor afición. Mi cuarto era un cartel de toros, donde no asomaba un centímetro de pared en blanco que no estuviera cubierto por un afiche, un collage de fotos, o cualquier recorte de alguna revista taurina. Parado frente al espejo ensayaba largas faenas con toros imaginarios, con el trapo más cercano que tuviera a mano, una toalla de baño, un mantel o más adelante mis primeros trastos de torear traídos por mi padre en algún viaje al viejo mundo. La música que acompañaba la lidia en el viejo tocadiscos no podía dejar de ser Suspiros de España, Manolete, Pepita Creus, el Gato Montés o Plaza de las Ventas. Ni qué decir de los amigos, muchos de ellos – y que espero que puedan leer estas líneas-, con quiénes evocábamos la última tarde, la última feria; con quiénes también debatíamos sobre los innumerables tópicos que pueden desprenderse de una afición tan rica, o más tarde cuando echábamos un par de capotazos en alguna tienta. Amigos con quienes nos colábamos por años cuando no producíamos para comprar una entrada, entrando a la plaza con nuestro querido “pescao”(*) por alguna propina, trepando paredes por las casas aledañas a pesar de amenazas de los vecinos -que alguna vez nos apuntaron con una escopeta-, escondidos bajo el camión que llevaba los toros o, en el caso más anecdótico y divertido, colgado del brazo del matador mientras a viva voz gritaba “permiso, permiso, abran paso al maestro”.

Vivir esa fiesta me cautivó desde niño y hoy veo con algo de tristeza el avance de esa creciente legión antitaurina -a la que respeto profundamente pero cuya visión no puedo compartir- que lucha por la abolición de la fiesta brava. Creo que sería mentir decir que no es una fiesta cruel, sangrienta y capaz de herir la sensibilidad de muchos quienes aman a los animales. Quizás haber pasado la vida entera palpitando el arte de una buena faena me impiden abrigar los mismos sentimientos. Quizás la gran cantidad de literatura y tertulia sobre el tema me convencieron de la naturaleza del toreo y el toro de lidia, de la tradición de la fiesta. Quizás haber crecido leyendo la vida y muerte de Joselito, Granero, Ignacio Sánchez Mejía y Manolete o quizás el haber gozado casi hasta el paroxismo faenas inmensas como la de José Mari a ese sobrero brocho de Chuquizongo en la feria del 77, cuando sin sentarnos derramábamos lágrimas viendo como series de redondos interminables bordaban quizás la faena más maravillosa que vi en mi vida. Quizás todo eso me da esa convicción en mi defensa y amor por la tauromaquia.

Podría seguir recordando momentos felices corriendo bajo sus portales, en los corrales, tendidos y el callejón de mi Acho querido… tantos momentos únicos e irrepetibles…

La fiesta de los toros. Una expresión del arte insuperable que llenó tantos años de mi vida. Una afición que nunca podré perder y que espero poder seguir disfrutando mientras el cuerpo aguante.

Oooole!



(*) Pescao, uno de los personajes más entrañables de la plaza, vendedor de cerveza que conocí en un momento de desesperación en que se acercaba la hora de la corrida y como casi siempre no tenía un centavo para pagar una entrada. Por años docenas de amigos entraron con él de las formas más insólitas a cambio de un “sencillo”. Estoy seguro que es el responsable de gran parte de la afición de muchos chicos de mi generación…

Debates políticos los de antes

Arrancaban los 80s y mi expectativa por mis primeras elecciones presidenciales era grande a pesar de que aún no votaba. Estaba en el último año de mi etapa escolar, pero el bichito de la política ya recorría mis venas… No estaba sólo. Con mis grandes amigos del colegio y de la comunidad cristiana que frecuentábamos, debatíamos ardorosamente sobre las posibilidades de las fuerzas políticas que en esas épocas representaban las distintas ideologías del momento. Esas sí eran ideologías: la derecha del PPC con Lucho Bedoya a la cabeza, Belaúnde un poco más a su izquierda pero, para mí en ese entonces, una opción conservadora; el Apra, que había perdido recientemente a Víctor Raúl en plena Asamblea Constituyente, con Armando Villanueva como candidato; y, como siempre, la izquierda dispersa entre una variedad de especímenes, pintorescos algunos de ellos –Hugo Blanco, Ledesma, Cáceres Velásquez, etc.-, que no representaban un bloque coherente capaz de ofrecer una alternativa viable para el país. Una pena para mí que, por muy idealista que fuera en esos tiempos de sarampión socialista, no tenía una fuerza lo suficientemente sólida como para abrigar algún tipo de esperanza.

Eran épocas en que el debate era ideológico, independientemente de los planes que creo que desde entonces ya eran lo que menos interesaba. Pero era un debate con sustancia. Apasionante. Con personajes de grueso calibre. Recuerdo mucho a Cornejo Chávez de la Democracia Cristiana; Polar, Ramírez del Villar, Alayza del PPC; Bernales y Ames de la izquierda; Luis Alberto Sánchez, Townsend, del Apra. Podría llenar la página. Quién iba a pensar que podríamos caer tan bajo sólo 12 años más tarde cuando el japonés de la honradez, tecnología y trabajo mandaría disolver el Congreso para dar paso a una cámara de comechados e ignorantes, además de terminar de darle el puntillazo final a los ya agonizantes partidos políticos de ese entonces.

Qué grandes debates aquellos entre los depurados estilistas Cornejo y Bedoya. “Cornejo Chávez y su rabia brillante...Bedoya Reyes y su labia vacía” escribió César Hildebrandt poco después. O en las municipales de entonces aquel debate entre Amiel, Grados Bertorini, Barnechea y Barrantes. Bastante mejores a aquel otro entre Vargas Llosa y Fujimori casi diez años después. Y más aún que el de García y Humala, rico en histrionismo pero deplorable en ideas. Seguramente tan pobre como el que nos espera en unos días con el tête à tête de nuestras dos lideresas del momento, que buscan el sillón municipal.

Recuerdo con nostalgia esos tiempos, cuando la juventud me hacía pensar que podía cambiar el mundo participando en una marcha, corriendo delante de un rochabus o simplemente arreglando el destino del país en un bar con los amigos, en largas discusiones que se agotaban cuando las gargantas no emitían más sonidos o el alcohol ya no dejaba fluir argumentos coherentes (lo que ocurriera primero). Lo digo con nostalgia porque fueron tiempos que no volvieron más. Pasaron muchos procesos eleccionarios después de aquel, que fueron perdiendo en calidad e interés, aunque lo que siguiera en juego fuera lo mismo. Y también lo digo con pena porque hoy esa juventud ha perdido el interés en la política y se deja llevar, sin ningún tipo de resistencia, por personajes tan tendenciosos y manipuladores como Jaime Bayly o mi buen amigo Aldo Mariátegui.

Fue muy bueno vivir esas experiencias. Y así como tuve la suerte de ver jugar a las tres selecciones que ganaron una participación a un mundial de fútbol, también tuve la suerte de ver a grandes seleccionados de la política peruana. Después de todo eso, da lástima ver un final electoral como el presente; tanto como ver a once cabizbajos y sudorosos atletas abandonando una cancha después de encajar tres o cinco goles, sin ninguna muestra de vergüenza…


23 de Septiembre 2010

Hermanos del alma

Hay momentos en los que uno está más sensibilizado que en otros como para apreciar aquellas cosas en las que no solemos reparar de tanto mirarnos el ombligo. Como el valor de los buenos amigos.

Este último fin de semana, casualmente, volví a ver a un viejo amigo del que no sabía hacía muchos años. Y tal vez lo había visto pero no más de un par de minutos. En algún encuentro casual de esos que no dejan tiempo para decir mucho más que “hola qué gusto de verte, a ver si un día de estos nos vemos, yo te llamo, saludos a la familia, ya hablamos…”. Pero esta vez fue diferente. Esta vez nos dimos unos cuantos minutos como para sentir esa necesidad de saber más el uno del otro, de recordar los buenos tiempos, de darnos un abrazo fraterno con las ganas de darnos otro más lo antes posible. Mejor aún cuando algunas horas después recibiera un escueto correo que lo resumía todo:

Qué bueno estar nuevamente en contacto. Cuenta conmigo para lo que necesites. Marco


Tres días después volvíamos a encontrarnos para charlar un poco más, para saber de nuestras vidas, de nuestros hijos, de nuestras esposas y ex esposas, de nuestros éxitos y fracasos, de nuestras ilusiones y tristezas. Encontrarnos para entender que hay sentimientos indestructibles, perdurables, que no se evaporan de pronto, que no se quiebran por un viento fuerte, ni por el inexorable paso del tiempo. Porque los amigos de verdad son más que eso. Son los hermanos del alma. Son los hermanos del corazón.

Hoy sentí que me encontraba con un hermano que había olvidado en algún recodo del camino. Que creí haber perdido porque pensé que era normal que la vida te llevara y te alejara a medida que te iba mostrando nuevas oportunidades, nuevas amistades, nuevos amores. Qué gran error. La vida no te aleja, no te lleva. Uno mismo es el que se aleja, el que se deja llevar. Uno mismo es el que olvida, el que permite que los afectos se adormezcan, se congelen y hasta se mueran.

Hoy me senté aquí a transcribir esta sensación que me dejó este encuentro. Un encuentro entrañable, por momentos hilarante, por momentos conmovedor. Un encuentro culminado con promesas de nuevos encuentros, de un café humeante, de una chela helada, de un par de buenas hembras.

Hoy me senté aquí para imprimir estas líneas que me recuerden siempre el valor de la amistad. De ese sentimiento inagotable e imperecedero...

Hablamos Marco. No tengas duda que esta vez hablamos de todas maneras.