Debo haber tenido diez u once años cuando descubrí a MVLL. Pasaron más de treinta. Ya por esa época era considerado el más importante de los escritores peruanos contemporáneos, habiendo sido uno de los mayores exponentes del llamado boom latinoamericano, movimiento sesentero que reunió a los grandes talentos de esta parte del mundo como Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Casi junto a él me topé con Gabo y Julio Ramón Ribeyro, genios del boom que pasaron a convertirse en mi triunvirato preferido. Empecé con cuentos, aunque debo reconocer que las historias de marginalidad de los dos primeros tomos de " La Palabra del Mudo" superaron en mis preferencias a las de "Los Jefes", que me dejaron con cierto sabor de inconformidad ante la sensación de quedarme ante algo que se terminó a la mitad, quizás porque siendo su ópera prima recogía relatos que más bien fueron novelas truncas. Mi amor por la lectura debo debérsela a ellos pues me hicieron conocer mundos y personajes inolvidables que después de tanto tiempo todavía recuerdo con nitidez y hasta con cariño.
En ese tiempo, Vargas Llosa era para mi un escritor desconcertante en tanto sus cuentos y novelas retrataban la vida rebelde de jóvenes y adolescentes que se sublevaban al medio y al orden de cosas, lo cual era provocador para mi edad pero subversivo por la educación recibida en casa. Desde Los Jefes en que nos muestra una rebelión estudiantil en su cuento "la huelga" y luego una lucha a chavetazos en "el desafío", hasta un mundo de violencia y descontrol en "La Ciudad y los Perros" en la que el rompimiento de ciertos códigos del grupo son capaces de provocar historias tan sórdidas como el crimen del Esclavo en manos del temible Jaguar. A pesar de ello, recuerdo haber cumplido los 12 años y haber leido ya tres veces la historia del teniente Gamboa y el Poeta, atrapado entre el amor a la insignificante Teresa y sus prejuicios sociales que lo empujaron a elegir por su enamoradita miraflorina Marcela. Recuerdo la crudeza del lenguaje que a esa edad me daba la sensación de afinidad generacional con el autor, que me encantaba, pero que hasta llegaba a avergonzarme a mi mismo en ocasiones. Recuerdo la impresión al conocer las vicisitudes de Pichula Cuéllar de "Los Cachorros", cuya brutalidad de su castración me impactó tremendamente.
Seguí con "La Casa Verde" que no mostraba esta vez adolescentes sino más bien decadentes adultos que a lo largo de la novela se van destruyendo lentamente. Ésta como las anteriores, dejaban una sensación extraña por el carácter ciertamente autobiográfico, con personajes imaginarios pero que nos dejan atrapados entre la verdad y la leyenda, entre la fantasía y la realidad. Pero Varguitas además era un escritor muy ameno. "Pantaleón y las Visitadoras" fue sin duda una obra maravillosa cuya promiscuidad en plena adolescencia me resultó excitante. Del burdel piurano de Anselmo de la casa verde pasamos a las bataclanas de Don Panta, quienes movilizaron mis hormonas a una velocidad que ninguna revistita de la época pudo haber logrado. Fue una novela que recuerdo haber leído en los recreos en plena secundaria y que me hizo despertar aún más que algunos años atrás la pies dorados de "La Ciudad y los Perros". Por esa época cogí también los dos tomos de "Conversación en la Catedral". Posiblemente, junto a "Cien Años de Soledad" la más influyente novela de mi adolescencia. Fue una novela que a diferencia de las otras que mostraban realidades parciales o institucionales, ponía en conexto la totalidad del país de aquel entonces. Una novela que incluso retrató hechos reales, recuerdo puntualmente la revuelta y huelga de Arequipa contra el general Odría, el mundo del periodismo en el que pululaba Zavalita entre la bohemia y su conciencia de clase, la corrupción del régimen que seguramente no es muy diferente a la que existe en nuestros días, aunque menos sofisticada y sin vladivideos.
Sin embargo después de éstas, y mientras descubría otros autores y crecía mi interés por otro tipo de literatura, voy abandonando el gusto por Vargas Llosa. Fueron tiempos en que se había movido ya de sus posiciones radicales de defensa de la revolución de Fidel para irse totalmente hacia el otro extremo, el de la derecha más reaccionaria de aquel entonces. Momentos en que se profundizó su enemistad con Gabo y en la que su presencia mediática me resultaba por lo menos antipática. Todo esto me llevó a irlo abandonando, diferencias literarias, diferencias personales, diferencias políticas. Me lo pasé de largo cuando "La Guerra del Fin del Mundo", su Tía Julia, "Los cuadernos de Don Rigoberto" y muchas más. Y la verdad nunca me sentí tentado de recobrar el tiempo perdido, pues nunca volví por esa obra por la que pasé de largo como quien pasa una estación de tren con la idea de que no pasará nunca más en la ruta de regreso. Sin embargo, lo retomé muchos años después, luego de su intento fallido en la política que, contra lo que piensan muchos, seguramente hubiera terminado de desdibujarlo y hoy tendríamos un expresidente poco querido y no un laureado premio nobel. Un día, ya casado, me encontré en casa de mis padres un ejemplar de "La Fiesta del Chivo", que tomé primero por simple curiosidad, pero luego de hojear las primeras páginas, me atrapó. Me atrapó por su riqueza narrativa y su técnica ya utilizada en algunas de sus primeras novelas, despedazando el relato en muchos pedazos para luego montarlos en una composición novelística, combinando episodios que ocurren en tiempos y lugares distintos, circulando las vivencias de cada episodio enriqueciéndose mutuamente. Otra vez sus increíbles personajes, todos de la vida real, hicieron imposible que no devorara el libro en dos o tres días y que luego, tal como me sucede en estos casos, me diera tiempo para seguir releyendo durante las semanas posteriores. De esta forma, recuperé el gusto por MVLL, siguiendo luego con su obra periodística y también literaria, pudiendo deleitarme también con "Las travesuras de la niña mala", un relato promiscuo y dramático que seguro volveré a hojear un día de estos.
Por todo esto, para mi es una satisfacción que este gran escritor haya recibido el Premio Nobel. Me satisface porque significó mucho en mi despertar y el amor que hoy siento por la lectura. Como también me dio gusto que lo obtuviera Gabo hace casi treinta años y que me impulsó a leer todo lo que escribiera y cayera por mis manos desde entonces. En esa línea, quizás ahora sí decida desandar en busca de lo que dejé en el camino sin leer. Por eso me da gusto. No soy de los que se sube al carro del orgullo popular porque un peruano ilustre haya sido reconocido de esta manera. Pero reconozco el valor de un compatriota que nos ayuda nuevamente a colocarnos en el mapa, a estar visibles para los ojos de mundo. Así que además de sus libros, eso tendremos que agradecérselo también.
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