La campaña que estamos viendo en sus últimas semanas, confirma lo que muchos de nosotros ya sabíamos desde siempre, desde que vimos a la súper quemada Lourdes Flores lanzándose a otra piscina sin agua. Lourdes demostró su torpeza política y mediocridad (o "malacridad") al tomar sus malas decisiones, convocar a sus malos asesores, incorporar a sus malos candidatos a regidores, invitar a sus malos correligionarios, contratar a su mala prensa y, en sus ratos libres, defender a sus malos clientes. Lourdes ha subestimado nuevamente a ese pueblo que dice representar y del que sólo se acuerda cuando entra en campaña, ese pueblo al que, luego de cada derrota, olvida hasta la siguiente elección. Cree que ensuciarse los zapatos durante tres meses de campaña puede contrarrestar los muchos más a cargo del rectorado de una exclusiva universidad privada (la del ex vicepresidente enamorado) o la imperdonable relación con las empresas de un narcotraficante con una gruesa billetera, que la posicionan inequívocamente en el lugar donde los votantes que deciden las elecciones no la quisieran ver. Lourdes sigue sin darse cuenta que si quiere ser una política exitosa (ganadora quiero decir) en un país donde los pobres son la mayoría, incluso en una ciudad donde las elecciones se deciden en los distritos populares, tiene que tener vocación real de servicio, sensibilidad social, empatía con los sectores marginales, lenguaje fácil y discurso creíble. Nada de eso ha podido demostrar, nada que haga una diferencia y que la lleve a las instancias que otros -como Alberto Andrade con igual dificultad para conectar al ser un ex alcalde miraflorino- sí pudieron superar.
Susana sin duda es harina de otro costal. Relativamente nueva en política aunque ducha en su contacto directo, no mediático, con la población. Hija de la clase alta aunque dedicada a trabajar por las grandes mayorías desde su juventud. Consecuente y con una trayectoria de lucha que si bien pasó desapercibida para la gran mayoría de la población, hoy le permite estar blindada y no tener flancos débiles en ese aspecto. Astuta (nunca sabré si más bien ingenua) para rodearse de las distintas facciones de la izquierda y lograr apoyo de grupos organizados ansiosos por llegar a ubicaciones cercanas al poder, desde los llamados caviares hasta las posiciones más ultras. Con cintura para escabullirse de la crítica de un sector de la prensa que nos trajo de vuelta los fantasmas de Sendero o a los temibles Patria Roja y el Sutep con sus impresentables dirigentes, Susana ha conseguido aglutinar en torno a ella a sectores variopintos e inexistentes como opción política durante mucho tiempo, fungiendo de seguidora de esa izquierda progresista encarnada en la socialdemocracia representada por Bachelet, Lula o Zapatero en iberoamérica. Su sonrisa franca y personalidad amable (aunque quieran mostrarla como lobo con piel de cordero, lo cual no me lo creo), le han valido el apoyo de una juventud que no recuerda con claridad a los marxistas leninistas convertidos a maoístas en los 80s. También de los niveles A y B de la población que ya saben que Lourdes es un voto perdido y que no le perdonan haber fracasado en la última elección en manos de Alan y de Humala que los obligó, a la sazón, a darle su voto al tetón. Y ni qué decir de los niveles C y D (porque en Lima el E que es la extrema pobreza es una minoría) que no se dejan atemorizar por los cuentos de caperucitas rojas ni satánicos agitadores sindicales, menos si se trata de una elección vecinal.
Frente a frente dos mujeres cuya suerte se perfila con claridad: la primera, la Lulú de los ricos, con la cabeza pegada a su propio techo, que no sólo ya no crecerá sino que empezará a caer a medida que pasen los días. La segunda, la etiquetada como caviar y que navega con bandera de cojuda, con una fuerte tendencia ascendente y que seguirá cosechando intención de voto de aquí al día de la elección. Está claro que también los otros candidatos irán perdiendo lo poco que hoy lucen debido al temor al voto perdido que en una elección tan polarizada se repartirá en la misma proporción que hoy podemos ver entre ambas candidatas. Es decir, seguramente veremos un final que ya no será de fotografía, sino más bien una paliza de más de diez puntos de diferencia donde, acentuadas las tendencias, la caperucita se terminará comiendo a la pequeña -cada vez más pequeña- Lulú.
14 de Septiembre de 2010
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