Hay momentos en los que uno está más sensibilizado que en otros como para apreciar aquellas cosas en las que no solemos reparar de tanto mirarnos el ombligo. Como el valor de los buenos amigos.
Este último fin de semana, casualmente, volví a ver a un viejo amigo del que no sabía hacía muchos años. Y tal vez lo había visto pero no más de un par de minutos. En algún encuentro casual de esos que no dejan tiempo para decir mucho más que “hola qué gusto de verte, a ver si un día de estos nos vemos, yo te llamo, saludos a la familia, ya hablamos…”. Pero esta vez fue diferente. Esta vez nos dimos unos cuantos minutos como para sentir esa necesidad de saber más el uno del otro, de recordar los buenos tiempos, de darnos un abrazo fraterno con las ganas de darnos otro más lo antes posible. Mejor aún cuando algunas horas después recibiera un escueto correo que lo resumía todo:
Qué bueno estar nuevamente en contacto. Cuenta conmigo para lo que necesites. Marco
Tres días después volvíamos a encontrarnos para charlar un poco más, para saber de nuestras vidas, de nuestros hijos, de nuestras esposas y ex esposas, de nuestros éxitos y fracasos, de nuestras ilusiones y tristezas. Encontrarnos para entender que hay sentimientos indestructibles, perdurables, que no se evaporan de pronto, que no se quiebran por un viento fuerte, ni por el inexorable paso del tiempo. Porque los amigos de verdad son más que eso. Son los hermanos del alma. Son los hermanos del corazón.
Hoy sentí que me encontraba con un hermano que había olvidado en algún recodo del camino. Que creí haber perdido porque pensé que era normal que la vida te llevara y te alejara a medida que te iba mostrando nuevas oportunidades, nuevas amistades, nuevos amores. Qué gran error. La vida no te aleja, no te lleva. Uno mismo es el que se aleja, el que se deja llevar. Uno mismo es el que olvida, el que permite que los afectos se adormezcan, se congelen y hasta se mueran.
Hoy me senté aquí a transcribir esta sensación que me dejó este encuentro. Un encuentro entrañable, por momentos hilarante, por momentos conmovedor. Un encuentro culminado con promesas de nuevos encuentros, de un café humeante, de una chela helada, de un par de buenas hembras.
Hoy me senté aquí para imprimir estas líneas que me recuerden siempre el valor de la amistad. De ese sentimiento inagotable e imperecedero...
Hablamos Marco. No tengas duda que esta vez hablamos de todas maneras.
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